El momento de la despedida en la playa de Orango es entrañable; han sido pocos días de convivencia, pero muy intensos y espero poder regresar en otra ocasión para ver que este proyecto ha salido adelante.
Después de los lloros de rigor (lo digo por Nuria), subimos a nuestras barcas y nos encaminamos a través de los canales hacia la coqueta islita de Keré, donde pernoctaremos una noche para visitar Carabela, y para a la mañana siguiente desplazarnos hasta la aldea de Biombo ya en el continente.
Esta isla es propiedad de Lauren y en ella hay nueve bungalows que sirven de base a la multitud de pescadores que llegan aquí. A medida que nos acercamos en barca vemos como la isla pasa de ser un punto en el horizonte, a una bonita tierra con sus baobabs siempre en guardia y su pequeña pero excelente playa de arena blanca.
Tras la comida y sin perder mucho tiempo, salimos de excursión para visitar la isla Carabela. Al momento de montar en la barca, la primera sorpresa es que vemos a una gran cantidad de delfines a nuestro alrededor y la segunda es la llegada a la gran playa que hemos visto antes.
A partir de este momento toca caminar hasta llegar primero a la aldea de Anopoco y después a la de Bichau. Marchamos todos en fila india y con la vista repartida en todas las direcciones; antes de llegar a la primera aldea pasamos por la casa de los espíritus en donde se celebran las ceremonias y donde en teoría no se deben hacer fotos aunque yo no me puedo resistir y disparo (solamente una vez). Seguimos por la senda y antes de llegar a Anocopo contemplamos la majestuosidad de un gran bosque de ceibas y baobabs.
Nuestra entrada a la aldea es recibida con alborozo por parte de los más pequeños,
que nos rodean para que les mostremos las fotos que les vamos tomando; no creo que estén muy acostumbrados a ver turistas todos los días y esto para ellos es un motivo de alegría.
Continuamos hasta la aldea de Bichau y aquí sucede más de lo mismo, niños, jóvenes y mayores nos rodean y cotillean. Quiero destacar, por lo poco habitual, que en ningún momento nadie ha pedido nada de regalo, lo que da una idea de la virginidad de estas islas. A la salida de la aldea intentamos observar en otro gran bosque una colonia de monos verdes saltadores, pero con poco éxito (bueno a decir verdad si que hemos visto alguno en la lejanía y no sé si Alfredo logró fotografiarlo). Mucho me temo que al oir ruido de humanos huyen despavoridos pues pienso que los lugareños los cazan para comer.
Después de caminar por este bosque siempre mirando hacia arriba intentando localizar a algún mono, toca regresar con rapidez ya que está anocheciendo y tenemos que desandar el camino hasta llegar a la playa donde dejamos la barca.
Menos mal que nuestro Herculano controla la situación pues la llegada a Keré la hacemos totalmente a oscuras. Hoy como despedida cenaremos ostras de los manglares a la parrilla (por fin lo has conseguido Gabriela) y pescado, todo ello regado por un riquísimo vino blanco muy frío. Después de la cena nos acercamos a la playa y nos tumbamos en la arena a observar ese impresionante cielo que aquí se puede ver, pues no existe contaminación lumínica. Incluso hay quién ha visto alguna estrella fugaz, no sé si fruto de la imaginación o del vinito blanco.
El día toca a su fin, y solamente nos queda retirarnos a nuestras habitaciones para dormir plácidamente en este paraíso en medio del océano que es la isla de Keré. Mañana saldremos ya hacia Biombo y daremos por finalizado este periplo por las islas Bijagos.
Me ha gustado mucho esta entrada
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