jueves, 15 de enero de 2009

Las Bijagos V . Parque de Joao Vieira y Poilao

Como de costumbre la primera labor del día es el desayuno del que damos buena cuenta a la vez que disfrutamos de un entorno tranquilo y bonito. 


Como ya os comenté en mi última entrada hoy vamos a navegar hacia el parque de Joao Vieira para dormir en la pequeña isla de Poilao. 

En esta isla no existe ninguna infraestructura y ayer por la mañana Lauren y Ana se desplazaron para llevar todo lo necesario para la acampada. El resto de la expedición se desplaza hoy y como cada vez que hay que salir de Orango bajamos a la playa a coger el autobús (que aquí son las barcas). Esta mañana y antes de partir hemos pasado un rato agradable, pues tenían en el hotel un pequeño cocodrilo en un cubo que había que soltar en los manglares, pero que previamente debía meterse en un saco. Lo intenta Camiño, casi le muerde y todos nos reímos; al final es Herculano el 
que con maestría lo coge y lo mete en el saco. 

Iniciamos la singladura con un día magnífico de sol y con el mar en calma, volviendo a disfrutar de cada momento. Dejamos a un lado la isla de Bubaque (la mas turística) y por el camino durante las tres horas de travesía vamos haciendo pequeñas paradas para observar los miles de aves que pasan aquí los inviernos huyendo del los fríos de Europa. 

Al rato llegamos a Joao Vieira donde se encuentra la sede del parque y donde nos está esperando el adjunto al director 
Hamilton Monteiro que demuestra ser una persona agradable, amable, y muy comunicativa, a quien, además, le gusta su trabajo. Habla un castellano perfecto herencia de su estancia en Cuba. Antes de acercarnos al edificio del parque nos sentamos en una terracita frente al mar propiedad de un francés que se dedica a traer turistas para practicar la pesca (muy abundante en esta zona) y que además tiene unas cabañas donde alojarse.

Ya en el la sede del parque, que además cuenta con un coqueto museo, Hamilton nos comenta frente a un gran mapa las características de este espacio natural formado por cinco islas (Joao Vieira, Las Cabras, Do Meio, Cabalos y Poilao), deshabitadas y que cada 4 años reciben a gente de Cañabaque que acuden a recoger aceite de palma y otros productos. 

Pero sin lugar a dudas, la joya de la corona es “Poilao”,  la más apartada de las islas, y que se considera sagrada pues ningún habitante de la zona debe acceder a ella sin antes haber pasado por la ceremonia de iniciación. Hasta tal punto se considera sagrada que en ella ni se pueden hacer enterramientos, ¡ni se puede hacer el amor!. 

Después de todas estas explicaciones, caminamos por las magníficas playas antes de partir rumbo a Poilao a donde nos acompañará Hamilton para quedarse allí durante una semana. La llegada a la caída del sol es impactante pues a lo lejos se ve una gran playa y  los grandes baobabs que como gigantes vigilan a los intrusos. 

Descargamos todos los pertrechos y tomamos posesión de nuestras tiendas de campaña para rápidamente salir a caminar por la playa y observar por enésima vez una espectacular puesta de sol. 

El campamento justo al lado de la arena está perfectamente instalado, no falta de nada y como la cena ya está preparada nos lanzamos a los platos sin piedad. El menú consiste en carpacio (riquísimo) de primero, pescado asado ( bika o carpa roja) de segundo y fruta y café de postre ( ¡que menú! y estamos perdidos en medio del mar) y todo ello aderezado por unas botellas de vino que Gabriela compró en Lisboa y que han llegado sin romperse hasta aquí ¡milagro! 

Nada más terminar de cenar todos pensamos que ha llegado ese momento tan esperado de salir a la playa para ver la tan ansiada llegada de las tortugas, pero los biólogos aconsejan que nos acostemos hasta las 23.30 , así que todos a dar una cabezadilla. Preparamos las linternas, las máquinas de fotos y hacemos dos grupos para contemplar el espectáculo de estas grandes tortugas marinas como salen del agua y se arrastran hasta encontrar un lugar donde excavar un gran hoyo, poner los huevos, volver a taparlos y regresar de nuevo al agua. 

Ha sido muy emocionante el presenciar el desove en directo y percibir el gran esfuerzo que hacen los animales hasta el punto de sueltar lágrimas de dolor. La pena de todo este esfuerzo según nos comenta Hamilton, es que de sólo dos de cada mil tortugas llegan a la edad adulta, el resto son devoradas por la aves y los cangrejos. El año pasado llegaron entre el mes de junio y diciembre unas 10.000, pero lo normal es que sean alrededor de 7.000 hembras que depositan una media de mas de un centenar de huevos que eclosionarán entre los 45 y 65 días después de la puesta. 

Todas las puestas son marcadas y controladas por los biólogos (por cierto este año estaba un joven biólogo portugués que llevaba aquí más de un mes) mediante un palo con un cartel donde figura el día, mes, año y número de huevos. Esto servirá para hacer el seguimiento de todos los nidos. 

Ya muy de madrugada nos retiramos a dormir después de tantas emociones que continuarán a la mañana siguiente, pues después de desayunar salimos de nuevo a la playa para desenterrar un nido que según los biólogos ya tenía que haber eclosionado. Provistos de una pala, llegamos al lugar y comienza con sumo cuidado la labor de retirada de la arena. Todos estamos expectantes por ver lo que allí pasa y ni pestañeamos, cuando de repente, algo se mueve y ocurre el milagro de la vida que es ver sacar a puñados decenas de tortuguitas (serán 192) que corretean en dirección al mar. Para darlas más oportunidades de vivir ( pues los buitres de las palmeras y las gaviotas están a la expectativa)  las metemos en un cubo y las depositamos justo a la orilla del agua para ver como se pierden en la inmensidad del océano. Realmente el presenciar esta escena ha sido uno de los momentos más emocionantes de este viaje.

Ya solamente nos queda recoger las mochilas, despedirnos de Hamilton (qué gran persona) y regresar a través de los canales a la isla de Orango. Mañana partiremos ya de regreso al continente a la isla de Keré.

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