jueves, 25 de febrero de 2010

Lalibela - Addis Abeba

Hoy toca madrugón, pues acaba nuestro periplo por el norte y tenemos que volar a Addis donde nos esperan para continuar viaje hacia el valle del Omo. Nuestro vuelo parte a las 9.30, pero tenemos que estar a las 7, pues los trámites son muy pesados y además no nos podemos arriesgar a perder el vuelo. Así, que después de desayunar, cargamos las mochilas en el coche y recorremos los 25 kilómetros asfaltados que nos separan del aeropuerto. Como ya viene siendo habitual, la carretera es un ir y venir de gente que se dirige al campo, al mercado, a la escuela, etc. A la entrada al aeropuerto hay una garita de madera y una cuerda y los militares nos solicitan nuestros pasaportes y los billetes, aunque Neguse dice que les puedes dar un papel cualquiera, pues no saben lo que es. Nos despedimos de Guez (nuestro conductor ) e iniciamos los engorrosos trámites de pasar por el scanner, para después facturar; cuando estamos en el mostrador de facturación, nos comunican que el vuelo no saldrá hasta las once y media que al final serán las doce y diez; para nosotros es una putada, pues nuestra intención es llegar a dormir a Awasa y esto supone un retraso considerable, pero esto es lo que hay; además ya habíamos oído que a veces en Ethiopían suceden estas cosas, o directamente cancelan el vuelo y punto. Como no podemos salir del aeropuerto, nos dedicamos a dejar pasar el tiempo; visitamos las cuatro tiendecitas y me llama poderosamente la atención el ver un libro que me regaló Javier Gozalbez de una autora española llamada Maria José Friedlander titulado “Etiopía’s Hidden Treasures” que es un magnífico libro de arte etiope y especialmente sobre las pinturas de las iglesias del Tigray; también coincidimos con una pareja de españoles que ya habíamos visto en Bahar-Dar y Gondar y que ahora vuelan hacia Axum. Como disponemos de tiempo, charlamos de todo un poco y casualidades de la vida, conocían De Viaje y también a los dueños de Altair; él se llama Jordi Raich y es escritor y periodista y desde el año 1986 trabaja en temas de ayuda humanitaria como coordinador de proyectos (actualmente vive en Jartum) y además publicó un libro que yo leí hace años titulado “Afganistán, también existe”. Salgo a dar una vuelta por los aparcamientos de la terminal, y se acerca tímidamente un chaval que después de las típicas preguntas en inglés de ¿cómo te llamas? o ¿de dónde eres? me dice a botepronto, que puedo preguntarle por cualquier capital de países del mundo, pues las conoce todas; intento rebuscar algunas complicadas y después de acertar todas, le pregunto que si las ha estudiado en la escuela y me responde que no, que se las ha aprendido en un mapa que tiene en la pared de su casa. Regreso al interior del edificio, e intento avanzar en el diario de viaje que tengo un poco atrasado, hasta que por fin a las 12.10 despegamos, pero cuando ya nos las prometíamos muy felices, una tormenta hace que el avión tenga que dar un gran rodeo y que en vez de una hora de vuelo sean más de dos; son las 14.20 cuando accedemos al edificio del aeropuerto de Addis y tenemos que cambiar dinero para ir al sur (sobre todo billetes de 1birr) y esto nos demora un poco más. El resultado final de este día es que son las tres de la tarde y todavía estamos en Addis.

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